Introducción
Cuando
conjuntamos conocimientos de varias ramas de la ciencia,
podemos llegar con frecuencia a conclusiones sorprendentes,
difíciles de concebir por otros medios. En este artículo haré
un ejercicio de este estilo y juntos conoceremos el
resultado.
Bioquímica y
cosmogonía
La biología
contemporánea, en particular la bioquímica, ha puesto en claro
que los organismos vivos están constituidos por una variedad
de elementos químicos. Entre ellos hay un grupo reducido que
son mayoritarios en cantidad, éstos son: el carbono (C), el
hidrógeno (H), el oxígeno (O) y el nitrógeno (N), o brevemente
y como regla nemotécnica: CHON. Además, existen otros
elementos en mucho menor cantidad que son también esenciales
para los organismos vivos y que hacen posible que se dé el
fenómeno asombroso que llamamos "vida". Entre ellos podemos
mencionar, utilizando sus símbolos químicos: Na, K, Ca, Mn,
Mg, S, P, Si, Cr, Fe, Cu, Zn, F, Cl, I, Mo y otros más.
Debe
aclararse que la mayoría se encuentran como iones y no como
elementos, puesto que en muchos casos estos últimos son muy
reactivos. Por ejemplo, los elementos de la familia de los
metales alcalinos, como el Na y el K, son explosivos al
contacto con el agua. Obviamente, no es de esta forma química
como intervienen en la bioquímica celular, sino como iones (o
cationes, para darles su nombre más específico) Na+
y K+. Lo mismo puede decirse de algunos elementos
que dan origen a iones de signo contrario (aniones), como por
ejemplo el flúor (F). Éste es el elemento más reactivo de
todos, es un gas sumamente irritante y su inhalación
representa un peligro. El ión F -, llamado
fluoruro, ha perdido esa reactividad, es soluble en el agua y
es fundamental para la fisiología celular, principalmente para
utilizarse en dientes y huesos.
Ahora
vayamos a otra rama de la ciencia: la cosmogonía, que es la
rama de la astronomía que estudia el comportamiento evolutivo
del universo y el origen de sus rasgos característicos. De
acuerdo a esta ciencia el universo tuvo un principio, el cual
se ubica hace 13±2 miles de millones de años. Es decir, hay
incertidumbre en cuanto al tiempo preciso, pero existe una
altísima probabilidad de que haya acontecido en el intervalo
de tiempo entre hace 11 y 15 mil millones de años, ocurriendo
la mayor probabilidad en las cercanías de los 13 mil millones
de años.
La teoría
que mejor explica este evento es conocida como la de la "Gran
Explosión" (o Big Bang en inglés). En ella también se
establece que a los 4 minutos de haber surgido nuestro
universo en expansión vertiginosa, su composición química era
de 76% de hidrógeno (H, con número atómico uno), 24% de helio
(He, con número atómico dos) y cantidades insignificantes de
litio (Li, con número atómico tres). El número atómico indica
cuántos protones tiene el núcleo de los átomos de cada
elemento.
Figura 1. Línea del tiempo para la
historia de la vida del Universo
|
No había
ningún otro elemento. Solamente se habían ocupado las primeras
dos posiciones, si acaso tres, de la tabla de la clasificación
periódica de los elementos. Con esta materia prima la química
era, evidentemente, bastante limitada. No se contaba con
suficiente variedad (elementos químicos diversos) para
constituir sistemas tan complejos como la vida.
¿De dónde
surgieron entonces el C, el N, el O, el Cu, el Zn y tantos
otros elementos con número atómico superior a tres y que, como
ya vimos, son constituyentes indispensables de un sistema
vivo? La cosmogonía responde claramente a esta pregunta,
apoyada en la física nuclear, como lo veremos a
continuación.
Física
nuclear y cosmogonía
La
explicación que ofrece la cosmogonía sobre el origen de los
demás elementos hace intervenir a las estrellas, las cuales
según su masa fueron produciendo en el curso de su evolución
(o vida) los diferentes elementos más pesados que el H y el
He.
Las
condiciones estelares son tales que favorecen la realización
de las diversas reacciones nucleares que van formando los
demás elementos de la tabla de la clasificación periódica que
hoy conocemos.
Debido a su
altísima temperatura (por ejemplo, en la superficie de nuestro
Sol la temperatura está entre 4 700 y 6 000 K y en su centro a
20 millones K) cada estrella es una enorme esfera de plasma.
El plasma es el estado de la materia que se caracteriza por
tener los núcleos atómicos desprovistos de todos sus
electrones periféricos y agitándose a grandes velocidades, al
igual que los electrones.
Bajo estas
condiciones es posible que los núcleos choquen entre sí a
pesar de que existen fuerzas repulsivas entre ellos (porque
todos tienen carga positiva). A temperaturas inferiores, con
una menor agitación térmica, no son posibles las reacciones
nucleares. Los núcleos estarían acompañados de sus electrones
y simplemente no se tocarían entre ellos, se desviarían por
las fuerzas repulsivas entre cargas del mismo signo (negativa,
de sus respectivos electrones periféricos). Sin embargo, a
altas temperaturas los núcleos sí se tocan, chocan y se
fusionan entre sí, como dos gotitas de agua que chocan y
forman una gota más grande. Éstas son las reacciones nucleares
de fusión que dan origen al proceso de nucleosíntesis, es
decir, a la síntesis de nuevos núcleos, de nuevos elementos
(más pesados).
Para una
estrella como nuestro Sol, por nucleosíntesis y partiendo de
la mezcla de H y He, podría llegarse hasta la formación de
carbono y oxígeno. Se requieren estrellas de mayor masa para
generar durante su evolución otros elementos más pesados. Y
todavía otros más (diferentes) se sintetizan en las etapas
finales de la vida de estas estrellas más masivas que el Sol,
durante procesos explosivos de una violencia inimaginable.
El material
producido por nucleosíntesis en las estrellas alcanza a
dispersarse por el espacio, en particular el que se deriva de
aquellas estrellas que son masivas con una muerte explosiva y
furiosa.
En resumen,
la mezcla de H y He del universo inicial ha ido cambiando
lentamente gracias a la formación de las estrellas de masa
semejante o mayor a la de nuestro Sol. En la actualidad la
composición química del universo es de 75% de hidrógeno, 23%
de helio y un 2% de todos los demás elementos químicos.
Lentamente, el espacio del universo se ha enriquecido
sutilmente de aquellos elementos más pesados que el H y el He,
en particular de C, O y N, y también de otros que son
esenciales para el desarrollo de la vida.
Ese material
enriquecido en elementos más pesados que el H y el He se
dispersará y, bajo las condiciones apropiadas, puede formarse
una nebulosa solar, encenderse un protosol por las reacciones
nucleares entre el H y el He y forjar un sol. Quizás, también
se formen planetas para constituir un sistema estelar
planetario, acaso con características semejantes al nuestro.
Pero esta historia de la formación del Sistema Solar
Planetario y de la Tierra debe contarse, con más detalle, en
otro número de Correo del Maestro.
Física
estelar y el surgimiento de la vida
En los
párrafos anteriores implícitamente he clasificado a las
estrellas de acuerdo a su masa en dos clases: aquellas de masa
semejante al Sol, y las de mayor masa. No puede haber
estrellas mucho más pequeñas que el Sol; si la masa de éste
hubiera sido inferior por sólo un 9%, no se hubieran alcanzado
las temperaturas requeridas para iniciar las reacciones
nucleares de fusión, no habría sol y nosotros no estaríamos
aquí para contarlo.
Sucede que
de acuerdo a la magnitud de su masa será la duración de una
estrella o, por decirlo de otra forma, "la duración de su
vida" (puesto que una estrella surge, quema o usa su
combustible en reacciones nucleares de fusión, éste tarde o
temprano se acaba, y por lo tanto, sin más combustible, el
astro se apaga o muere).
Todas las
estrellas inician su combustión con la mezcla primigenia de H
y He. Las estrellas masivas consumen su combustible mucho más
rápido que las estrellas con masa semejante al Sol. De hecho,
la consumen mil veces más rápido. Esto hace una gran
diferencia. En efecto, gracias a las estrellas masivas fue
posible la síntesis de elementos de mayor número atómico. Esto
a la vez introduce una variabilidad mucho más amplia en la
química, lo que seguramente hace más factible el surgimiento
de la vida. Sin embargo, aunque apropiadas para producir
elementos diversos, las estrellas masivas tienen una vida
demasiado corta para servir de fuente luminosa y energética a
posibles planetas que las circunden y que pudieran ser cuna de
la vida.
Por otra
parte, las estrellas más pequeñas, como nuestro Sol, sólo
producen elementos livianos como el carbono y el oxígeno, y
quizás de esa manera el surgimiento de la vida sería menos
factible o tal vez imposible porque no se alcanzaría
suficiente complejidad y variedad de funciones químicas. No
obstante, por su larga vida, estas estrellas de menor masa sí
pueden ser una fuente confiable de luz y energía por un tiempo
suficientemente largo a planetas que pudieran presentar las
condiciones necesarias para el surgimiento de la vida. Nuestro
Sol se encuentra a la mitad de su vida (su duración total será
de aproximadamente 10 mil millones de años).
Para decirlo
de manera sencilla, existe una especie de complementación de
funciones, para los propósitos del origen de la vida en el
universo, entre ambos tipos de estrellas.
Fig. 2 Re presentación es
quemática de distintos eventos en la historia del
Universo. Suponiendo una edad total de 13 millones de
años. (Si suponemos una edad de 15 millones de años, los
prcentajes cabian respectivamente a 11.16%, 37.4% y
70%). |
En nuestro
Sistema Solar Planetario, nosotros, en la Tierra, hemos podido
verificar la existencia de una gran variedad de elementos, los
hemos identificado y construido una tabla de clasificación
periódica. Ahora sabemos que estos elementos, de los cuales
están hechos la Tierra y todos sus habitantes, fueron creados
en generaciones anteriores de estrellas, a partir de sus
restos o cenizas. La nebulosa solar que dio origen al Sistema
Solar Planetario debía contener ya esos elementos más pesados,
vestigios de estrellas que brillaron antes que nuestro
Sol.
Conclusiones
Después de
haber sobrevolado por la cosmogonía, la física nuclear y la
bioquímica podemos hacer al menos una inferencia que tiene que
ver con el título de este artículo.
El
surgimiento de la vida en el universo no podía ser un evento
temprano en su historia. Debían tenerse los elementos químicos
apropiados, los cuales surgieron tras una larga sucesión de
acontecimientos. Debía esperarse primero a que se formaran las
primeras estrellas, quizás mil millones de años después de la
Gran Explosión. Luego, a que éstas ardieran en reacciones
nucleares de fusión. Las estrellas masivas tardan en
consumirse unos 10 millones de años. Al menos una generación
de estas estrellas tuvo que quemarse para comenzar a dispersar
nuevos elementos al vacío interestelar. Después, debía surgir
un sistema estelar planetario enriquecido en los nuevos
elementos y que contuviera una estrella pequeña como nuestro
Sol, para poder proporcionar un aporte de energía luminosa
suficientemente prolongado y constante (el Sol comenzó a
prenderse en reacciones nucleares de fusión hace 4 600
millones de años). La vida surge en la Tierra (como vida
unicelular procarionte) a los 730 millones de años de haber
surgido nuestro Sistema Solar Planetario, y sólo 4 600
millones de años después, la vida adopta, entre otras
múltiples formas de vida, la forma humana.
Tomando en
cuenta estos números, suponiendo como duración del universo 13
000 millones de años y considerando una historia semejante en
duración a la de la Tierra, una vida unicelular pudo haber
surgido en algún lugar del universo aproximadamente a los 1
740 millones de años (1 000+10+730 millones de años) a partir
de la Gran Explosión. Dicho de otra forma, después de un
tiempo igual al 13.4% de la edad actual de universo.
El
surgimiento de vida inteligente como la nuestra (así
calificada por nosotros) habría tomado mucho más tiempo: 5 610
millones de años (1 000+10+4 600 millones de años). Es decir,
podría haber aparecido después de un tiempo igual al 43% de la
edad actual del universo, no antes, no más temprano.
Tomando en
consideración esto, el florecimiento de nuestra humanidad ha
sido tardío, muy tardío en la historia del universo. Nosotros
existimos en la punta del tiempo, en la punta de la edad
actual del universo. Ha habido tiempo de sobra (un 57% de la
edad actual) para que florezca la vida inteligente en otros
rincones de éste. De hecho apenas cuando se estaba formando
nuestro Sistema Solar Planetario ya podían existir brotes de
vida inteligente en el universo (fig. 2).
Otro aspecto
que no deja de impresionarme profundamente cuando evoco este
escenario, es la violencia inimaginable y las temperaturas
enormes por las que tuvieron que pasar todos y cada uno de los
elementos que me constituyen, que nos constituyen; para ser
lanzada finalmente esa materia al frío y negro vacío del
espacio interestelar... a la espera de un nuevo
comienzo.